Ha sido un gusto
Pero todo esto pasa a un segundo plano al momento del afecto, pues una mochila es como una hija. La propia siempre es la mejor, la más linda y, por supuesto, no tiene defecto alguno. Ahora, nunca faltan los psicópatas que andan a patadas con las suyas, seguramente arrastran problemas serios, traumas de niñez.
Muchos errores se cometen con la primera, no la conoces bien y por ende no sabes cómo responderá. Sobrecargarla es un yerro clásico, pero peor es colgarle todo cuanto se te ocurra. Las mochilas han sido creadas para introducir tus pertenencias en su interior y salvo algunos casos como la carpa, colchoneta y saco de dormir, lo demás se va para adentro.
Recuerdo el primer viaje con mi mochila -la que aún conservo-. No sé en qué pensaba, lo cierto es que de pronto me dio por colgarle cosas. Lo más insólito que le adosé fueron unos zapatos de baby-futbol, una completa locura si se tiene en cuenta que el constante vaivén de mis chutiadores provocó más de un golpe en mi cabeza.
Bueno, pero de ese tipo de cosas lógicamente se aprende. Lo malo es que cuando ya terminas por conocer y entender a tu vieja compañera -naturaleza cruel-, llega el momento de despedirla. Nada es para siempre y las mochilas también tienen su vida útil. Lamentablemente la mía ya cumplió su ciclo y ha llegado el momento de remplazarla.